MANTRA PARA REPETIRSE UNO MISMO DE VEZ EN CUANDO

Después de un tiempo
uno aprende la sutil diferencia
entre sostener una mano y encadenar un alma
y uno aprende que el amor no significa acostarse
y una compañía no significa seguridad
y uno empieza a aprender
que los besos no son contratos
y los regalos no son promesas,
y uno empieza a aceptar sus derrotas con la cabeza alta
y los ojos abiertos
y uno aprende a construir todos sus caminos en el hoy
porque el terreno del mañana es demasiado inseguro para planes..
y los futuros tienen una forma de caerse a la mitad,
y después de un tiempo uno aprende que,
si es demasiado, hasta el calorcito del sol quema,
asi uno planta su propio jardín
y decora su propia alma
en lugar de esperar a que alguien le traiga flores,
uno aprende que realmente puede aguantar,
que realmente es fuerte,
que realmente vale
y aprende y aprende…
y con cada adiós uno aprende.

Puede que ANONIMO

12 de diciembre de 2009

Pasaporte

Respiré,
amé,
comí y bebí,
cagué,
respiré,
follé,
hablé y escuché,
y nadie me dijo nada de un pasaporte
respiré,
anduve bordeando fronteras
entre la piel y los desiertos,
ví gente que caminaba descalza
y descalza esperaba al pié de los semáforos
a que les abrieran las puertas
del otro lado de la calle,
crucé puentes de rios inimaginables
con dos orillas habitadas por pueblos extraños
con dos ojos y dos manos,
volé de un cuerno a otro de la luna,
trepé riscos agrestes y acogedores,
y no ví papeles que respirar
ni que amar,
atravesé majadas, berrocales,
llanos, dehesas, vientos,
estelas, ruinas,
y bebí
y follé sin papeles,
ví hombres y mujeres mirando al cielo
antes de emprender un viaje
y vi salir y ponerse el sol el mismo día,
comí a la sombra de un árbol genealógico
mientras se desgranaban las estaciones,
avisté ilusiones y esperanzas,
recorrí los territorios de la infancia,
respiré,
jugué a amar y amé
y nadie me dijo nada de un pasaporte.

A nadie pregunté por papeles,
hablaba con la gente
del arroz y las sonrisas,
de la hora de la danza,
de cómo se emocionaban oyendo llover
y viendo crecer los granos de centeno,
de cómo nacían los niños
y de qué morían los muertos.

Respiré hondo,
miré el horizonte
y a lo lejos parecía que se dibujaba una frontera
entre el aire y el agua,
y cerca, la espuma deshacía
con paciencia mis huellas en la arena.

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