La paciencia como virtud, la paciencia que no se compra; esos instantes que se alargan, y se alargan, esperando en la cola de la tienda de caramelos mientras un niño duda entre una nube de fresa o un dulce con forma de nariz de payaso, una duda de 5 céntimos y de un valor inalcanzable, como esas nubes que contemplamos pasar mientras permanecemos boca arriba un tarde de verano.
He entrado en la tienda de caramelos solo para preguntar por una dirección...y me he quedado encallado, apoyado en el mostrador, detrás de varios niños y varias madres...esperando mi turno. Paciencia, pero no me hace falta, es mi sitio en ese momento, podría estar todo el día mirando los paneles de colores, las vitrinas, a la dependienta con su bata familiar, oyendo las voces de yunke joven que sale de la garganta de los niños.
No sé el tiempo que ha pasado, no me importa, la espera ha granado en un abuelo y dos niños a mi espalda.
Pregunto y la bata, de familiares rayitas blancas y rosas, respira hondo y el brazo de la dependienta me indica, algo brusco y cansado, en un par de giros, la dirección por la que he preguntado.
No hay prisa, no tengo ni siento prisa, pero en la calle comienzo a andar, a andar tratando de recuperar algo, a andar persiguiendo los instantes que dejé en la tienda de caramelos. Ando, ando y paso a paso comienzo a correr.
Sé hacia donde. Sé también que no iba a encontrarme con nadie.
Laga
Hace 5 semanas
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